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El cuco y los niños malcriados. Los niños (y muchos mayores) tienen una fuerte resistencia, o inercia, para adoptar "buenas costumbres", por lo que, una vez agotados los límites que posibilitan el manejo de la "llave" de las gratificaciones ("no vas a ir a jugar a las bollillas", o, en lenguaje moderno: "no te autorizo el celular"), y hasta tanto los niños lo son, o no han alcanzado cierta madurez, un recurso eficaz suele (o solía ser) "el hombre de la bolsa", o bien el cuco: "Mirá que se te aparece el cuco".

Este recurso tenía cierta eficacia entre los niños dóciles, quienes se atemorizaban al imaginarse la presencia del cuco y optaban por obedecer. Sin embargo, existe otro grupo de niños, los malcriados o mal aprendidos (junto a los adultos que se comportan como tales), que si bien se amedrentan ante la presencia del cuco, no reaccionan "obedeciendo", sino con gritos y pataleos con los que manifiestan su espanto al mismo tiempo que su rechazo ante la opción del cuco.

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Un país inmaduro

En otras notas se había planteado la diferencia entre un país "joven", y un país "inmaduro". Para muchos de nosotros, los argentinos pertenecemos a la categoría de "país joven", lo que explicaría nuestros desvaríos y "metidas de pata" recurrentes y endémicas. El problema es que los Estados Unidos no nos llevan muchos años como nación independiente y nadie se atrevería a llamarlo "país joven". Ni hablar de Israel, que tiene los mismos años de vida que nuestra inflación, y pasó, de no existir como nación formal a ser una potencia económica, tecnológica y militar, habiendo sufrido también una feroz inflación que ya fue superada. Claramente entonces, no somos un país "joven", sino "inmaduro".

Esa inmadurez se manifiesta, entre otras actitudes, en mantener una conducta esquizofrénica respecto a la Economía, que propone que las necesidades de las personas son prácticamente infinitas, al mismo tiempo que nuestros recursos son limitados. La parte de las necesidades cuasi infinitas se puede apreciar con relación a los baúles de los automóviles, los que, aún cuando dispongan de más espacio, no por ello los bultos que se alojan son menos: a mayor tamaño, más cosas en su interior. Del lado de los recursos, es claro que el día tiene solo 24 horas, de las cuales no podemos aplicar al trabajo que nos proporciona ingresos mucho más de 8, con lo que inevitablemente los que allegamos a nuestros hogares son limitados. Pues bien; esta segunda parte de la Economía (la de los ingresos limitados) no logramos entenderla, pese a que, con respecto a la primera (la de las necesidades cuasi infinitas) "volamos", lo que da una idea cabal de nuestra inmadurez como sociedad, puesta de manifiesto especialmente en la conducta de nuestros gobiernos.

El FMI y el almacenero

Una vez que hemos agotado las "tarjetas", nuestro sueldo y crédito, solo nos queda "el almacén de la esquina", el que, con buena voluntad nos fía... hasta que inevitablemente nos corta él también el crédito. Entonces, nuestro buen almacenero nos dice las terribles palabras: "Lo siento, pero hasta que no se ponga al día, no puede llevar más mercadería".

Ofensa mortal. "¿Qué se cree?...".

Sin embargo, una vez que dominamos nuestro orgullo, volvemos, un poco dispuestos a pagar algo, y otro poco a ver si cambió de parecer: "¿Cómo podemos arreglar?". Nuestro almacenero, conocedor de este tipo de situaciones, nos dice: "Prepárese un listadito con los ingresos que recibe mensualmente, y los gastos también del mes, y me lo trae; entre los dos vemos cómo puede ir pagando...". ¿Le suena al amigo lector?

Cambiemos el almacenero por el FMI, y el cliente por la Argentina y tenemos visualizado el problema. Claramente, cuando el almacenero recibe "el listadito", se encuentra con que hay dos líneas para los ingresos, y cincuenta carillas para los gastos... Sin duda, "los números (y las carillas) no cierran".

Hay que achicar los gastos...

Seguramente, sin necesidad de ampulosos posgrados en Economía, Finanzas y Corte y Confección, nuestros lectores ya habrán adivinado por dónde pasa el problema. Hay que achicar gastos, y en el caso de la Argentina no hay por qué ir a los "salvajes ajustes", del tipo de echar uno o varios millones de empleados públicos.

En su lugar alcanzaría con volver a los ocho ministerios de las presidencias que mostraron excelentes desempeños, además de congelar las vacantes y eliminar gastos reservados, viajes, viáticos y todos los gastos ostentosos y frívolos de la "clase política" (recordemos la infinita delegación argentina reciente, dialogando con un solo representante de "los imperios"...), sin perder de vista que un Congreso con menos diputados probablemente también funcionaría, ya que, si bien el muestreo recomienda que la muestra debe guardar proporción con la población, no es menos cierto que unas cuantas "cucharitas estratificadas" de los salares nos proporcionan una excelente representación de su conformación de minerales. Sin perjuicio de la necesaria y saludable "poda" de gastos insostenibles, también se puede mejorar la performance del sector público con un programa económico que dé al sector privado certezas de que "la clase política" ha alcanzado su madurez, promoviendo políticas que alienten las inversiones, en lugar de "combatir el capital".

Con ello se conseguiría -¡nada menos!- incrementar la recaudación de impuestos por vía de mayores exportaciones y actividad económica (incluso, reduciendo alícuotas y retenciones), alentando, entre otras actividades, una mayor producción de alimentos, lo que crearía empleos y mejoraría la dieta de muchos argentinos.

Memorias romanas

“¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”.Con estas palabras, Cicerón, aproximadamente en los 60 antes de Jesucristo, en Roma, iniciaba la primera de sus cuatro “catilinarias“, denunciando justamente a Catilina, quien promovía un golpe de Estado. En nuestro caso la “paciencia” debería agotársenos ante la remanida reiteración de los mismos errores que nos conducen, una y otra vez, a las crisis económicas traducidas en la imposibilidad de que la economía crezca, en tanto persiste la inflación y el estado se ve impedido de pagar sus cuentas, lo que genera, o bien “defaults”, o bien los temidos “ajustes”, que en lugar de hacerse como se proponía, eliminando gastos innecesarios, superfluos y contrarios a la austeridad republicana, se llevan a cabo erosionando el poder de compra de los ingresos de jubilados y sectores que no pueden actualizarlos conforme la inflación.Es hora, por lo tanto, de denunciar a nuestro “Catilina”, que no es otro que el perverso populismo que, por inmadurez política o cálculo, insiste en proponer “menos” de lo mismo, manteniéndonos en esta decadencia de largas décadas. Este diseño de política, funcional a las corporaciones que disponen de la capacidad de modificar precios e ingresos frente a otros sectores que no pueden hacerlo, debe cambiar, transformando nuestra economía cerrada y carente de competitividad, en una economía abierta al mundo, con exportaciones generosas que, como ya se probó en otros períodos de nuestra economía, fueron las que nos dieron prosperidad, brindando a nuestros ancestros también oportunidades de mejorar sus magras condiciones de vida de Europa y otras latitudes. ¡No temamos al almacenero ni al FMI: le temamos a nuestra inmadurez como país!

Etiquetas: debe un hombre llevar una bolsa