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La tenebrosa banda de Punta Lara que perdió por una mujer - Policiales La tenebrosa banda de Punta Lara que perdió por una mujer

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“Solamente con el reloj de la mina de adelante y el del punto que va atrás, pasamos las fiestas y nos vamos de vacaciones”.

El “Enano” solía jactarse de tener buen ojo para esas cosas. Una vez había conseguido que todo el pabellón explotara en carcajadas cuando durante una ranchada en la Unidad 5 de Mercedes dijo: “yo desde acá, a 20 metros, me doy cuenta si es oro bueno o una porquería enchapada”. Y para rematarla tiró: “Yo tendría que haber sido joyero pero me hubiese afanado a mi mismo”.

Esa madrugada de aquel 2 de febrero de 1985 se presentaba raramente cálida porque no había sido lo que se dice un buen verano, si por eso se entiende días de sol agobiante y noches de casi no poder dormir. Antonio Néstor Ruiz tenía 24 años y estaba feliz, entre otras cosas que le daba la vida, con la posesión de uno de los autos que en esa época marcaban moda y status: un Renault 18 GTL. Pero por desconfiar del manual del usuario, esa noche decidió parar en una estación de servicios a 10 kilómetros de General Rodríguez, a reforzar la carga del tanque de nafta. El playero le indicó uno de los surtidores de la derecha y Ruiz acomodó el auto justo enfrente de otro surtidor. Ahí esperaba la carga de medio tanque de súper un Ford Sierra color blanco, otro alta gama de la época. Adentro iban tres tipos que apenas si conversaban.

El puente de la Panamericana desde donde cayó el Renault 18

LOS RELOJES

Desde el asiento del acompañante del Renault 18, Claudia Patricia “Pachi” Ferraioli, también de 24 años, sacó el brazo derecho por la ventanilla y lo colgó, como cansado de la espera. Detrás de ella, vaya a saber por qué reflejo, su amigo Hugo Horacio Basso, de 23 años, hizo lo mismo: sacó el brazo por la ventanilla y dejó ver que también llevaba el reloj puesto a la derecha. Dentro del Sierra el Enano Sergio Daniel Morales le hizo una seña a su acompañante, Pedro Antonio “El Loco Velis”, que con 24 años ya se había consolidado como jefe de la bandita que desde el asiento trasero completaba Héctor Ricardo García. García también era un tipo joven y poco leído. De ahí que había tardado algunos años en entender por qué lo habían apodado “El Periodista”.

El Enano, que con 22 años ya era un curtido malandra, desplegó entonces su teoría sobre el valor de esos relojes y lo que podrían hacer con ellos.“El de la pendeja tiene como unos brillantitos”, apuntó el Loco Véliz, como forma de dar aprobación al plan que se pondría en marcha.

Así empezó “la original” Masacre de General Rodríguez, cuyo nombre sería 24 años después usurpado por otra masacre de diferentes ribetes y contexto, con la pólvora de la política y la espectacularidad de una fuga cinematográfica y sospechosa. Curiosamente, cuando se le pide a los buscadores de Internet “Masacre de General Rodríguez”, la respuesta es “Triple Crimen de General Rodríguez”, y deja caer datos de lo ocurrido un 7 de agosto de 2008, cuando se denunció la desaparición de los empresarios Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina. Fueron encontrados en General Rodríguez el 13 de agosto de ese año muertos a balazos y con signos de torturas. El hecho tenia el sello de una mafia vinculada al tráfico de precursores químicos para cocinar cocaína.

LA BODA

Lo que vino después de aquella parada en esa estación de servicios fue la suma de todos los horrores. En un tramo de puentes en el Acceso Oeste, el Sierra se puso a la par del Renault 18 y al joven Ruiz le hicieron señas de “pará o te tiro”, mientras le apuntaban con una Itaka. Nunca se supo de donde vino la primera bala, si de la pistola 22 que el muchacho llevaba bajo el asiento o desde las armas de los maleantes. Bajo una lluvia de fuego y a toda velocidad el Renault 18 cayó desde un puente. Murieron en el acto Ruiz, su novia Pachi y sus amigos Hugo Basso, Héctor Lioi, su esposa Virginia Astro de Lioi y los hijos de esa pareja: Micaela, de dos años y Gerónimo, de 45 días de nacido. El grupo iba a pasar unos días de descanso al haras propiedad del padre de Pachi donde además le iban a dar los últimos toques a los preparativos de la boda que se venía.

Un testigo dijo que tras la explosión que fue la caída del Renault, otro auto se detuvo junto al destrozado guard rail y que tres hombres se habían bajado para quedarse unos segundos mirando para abajo y enseguida salir arando en dirección a la capital federal.

LA TÉCNICA DEL BULÓN

La primera versión conocida fue la de un supuesto incidente de tránsito, un encierro y un autazo que había terminado mal, como 15 años más tarde ocurriría con uno de los casos más comentados la crónica policial argentina: la muerte del cuartetero Rodrigo Bueno en la Autopista La Plata -Buenos Aires, minutos después de haber dejado el boliche Escándalo de City Bell donde daría el último show de su vida.

También se barajó la hipótesis de los ladrones de autos para pasarlos al Paraguay. Las bandas de “cazadores” habían copiado el método de los Piratas del Asfalto, una modalidad delictiva que solo apuntaba a camiones cargados con mercaderías y que llegó a a encabezar las estadísticas del delito, mucho antes que los rastreadores satelitales y otras tecnologías de seguridad les arruinaran la fiesta. Mucho antes también que la inseguridad tomara formas acaso más sencillas pero también más violentas a partir de un fenómeno que crecería exponencialmente: el de robar y matar por unos pocos pesos para comprar droga.

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“Hubo intercambio de disparos”, dijo un jefe policial y el caso empezó a empiojarse”

A la Panamericana le decían el Triángulo de la Bermudas y se recomendaba no transitara de noche aunque los asaltos ocurrían a toda hora. Con la democracia todavía en pañales, quedaba en la calle mucha “mano de obra desocupada”, como se llamaba a ex miembros de fuerzas de Seguridad que habían formado bandas para delinquir, aprovechando el armamento y los contactos que habían conseguido mantener. Eran golpes comando, como los que se le atribuían a la banda de Aníbal Gordon y Eduardo Ruffo, cercanos al Clan Puccio. Pero también operaban delincuentes comunes que le habían encontrado la vuelta al asunto. Y se sabría que la banda del Enano Morales se especializaba en “la técnica del bulón”. Esa técnica consistía en tirar desde los puentes, atado a un cable como si fuese una caña de pescar, un bulón, gruesos tornillos o pedazos de hierro que al impactar en los parabrisas causaban estragos. Detenerse era entregarse al saqueo. La banda crecería en poder de fuego a partir de la llegada de El Loco Véliz y dejaría su marca en asaltos en rutas bonaerenses entre Mercedes, Luján, San Pedro y hasta Rosario. La modalidad siempre sería la misma: ponerse a la par del auto de una potencial víctima y si no paraba, abrían fuego, como había empezado la Masacre de General Rodríguez.

El padre de Ruiz contrató detectives privados y a los abogados Alak y Amondaráin. Otro croquis sobre el brutal ataque de los “cazadores” de automovilistas

UNA ITAKA CONTRA UNA 22

El país entero se había quedado perplejo ante la Masacre y la sociedad exigía respuestas que tardaban en llegar. Y ya se sabe que la inacción es mala consejera o en estos casos difusora de hipótesis y versiones confusas en el país de los expertos opinadores. En cuestión de días el planeta mediático se había llenado de “detectives”. Para colmo, el entonces jefe de la Policía bonaerense, Walter Stafanini, se encargaría de empiojar más el tema. “Hubo intercambio de disparos”, dijo, y agregó que una de las armas utilizadas, una pistola calibre 22, estaba registrada a nombre de una de las víctimas, el muchacho Ruiz. Le habían tirado con calibre 45, con una 9 milímetros y hasta con una Itaka y el joven había contestado con una 22. Lo dicho le dio al caso todavía más misterio y controversias y pasó mucho tiempo hasta que se convencieron de que la víctima, en una actitud cuanto menos imprudente, se había tiroteado con los ladrones. Ahí saltó que por el volumen de dinero que Ruiz solía manejar, portaba un arma registrada a su nombre y esto oscureció todavía más la investigación.

EL ENTREGADOR

A partir de esa premisa que dice que por más antipático que parezca ninguna pesquisa debe descartar a la víctima, surgió el dato sobre la vinculación de Ruiz, el novio asesinado, con supuestas actividades en la llamada Bicicleta Financiera y su consecuente manejo de fuertes sumas de dinero en efectivo, sobre todo dólares. Empezaba a bifurcarse la pista del robo al boleo y tomaba forma la de un “trabajo” con inteligencia previa en el que se tomaba también en cuenta la fortuna del padre de Pachi, la novia de Ruiz.

A esa conclusión habían llegado los detectives privados que había contratado el padre del novio asesinado. Desde el principio al hombre no hubo forma de convencerlo de la hipótesis del “robo casual” ni de las historias sobre los “cazadores” de la Panamericana y el Triángulo de las Bermudas. El hombre sospechaba de algo más elaborado. Cuentan que logró los servicios de una agencia de detectives porteña que, decían, tenía conexiones con colegas de Estados Unidos que habrían viajado a Argentina para ocuparse del asunto, en paralelo a la acción policial, pero sin levantar la perdiz. Cuando tuvieron elementos para pedir detenciones formales, lo hicieron. Y así fue que a mediados de julio, la policía irrumpía en un coqueto bar de la calle Ayacucho al 400 en Recoleta, para detener a dos parroquianos que conducirían a una serie de allanamientos en lo que aparecerían divisas extrajeras, cheques, pagarés y hasta un kiosco de la avenida Corrientes que en su trastienda ocultaba una compra y venta de oro. Creían haber encontrado al supuesto “entregador” del asalto en la Panamericano, pero todos quedarían en libertad.

José Daniel Blanco

LOS FRANCESES, SABEN

En tanto, aparecía la primera pista firme enganchada una vez más ese viejo adagio de la criminalística francesa: “Cherche une femme”, buscar a una mujer. “Detrás de toda acción criminal suele haber una mujer que permite echar luz sobre las sombras de una pesquisa a oscuras. Solo hay que buscarla”. Poco más de una década después de la Masacre de General Rodríguez, otro caso conmocionante y que le daba patadas al tablero del poder, se esclarecería a partir del “cherche une femme”. Seria el Caso Cabezas, cuando los detectives llegaban a la entonces esposa del ex policía Gustavo Prellezo. Su testimonio fue fundamental para ordenar la detención del zar de los carteros, el empresario Alfredo Yabrán. Y más acá en el tiempo, sería una mujer despechada al ver a su marido con otra mujer salir de un hotel alojamiento, la que permitiría llegar a los autores del llamado Robo del Siglo, cuando reventaron las cajas de seguridad de la sucursal Acassuso del Banco Río y escaparon por un túnel.

Así en el caso de la Masacre de General Rodríguez, la “femme” se llamó Patricia Miriam Trossero, una mercedina de profesión peluquera que, acaso sin querer y a revés de lo que manda la tradición, una tarde habló más que una de sus clientas. La mujer era pareja o amigovia del Loco Véliz y acaso por querer ayudarlo le dijo a la policía “me dijo: tengo miedo, no los quisimos matar”.

EL SELLO PLATENSE

Lo primero que apareció al tirar de ese hilo fue la pista platense. Y se supo que esa noche en el Sierra blanco iban Sergio Daniel Morales, alias El Enano que vivía en la Columna 275 de la avenida costanera Almirante Brown, en Punta Lara, y que la banda estaba integrada por José Daniel Blanco y Héctor Ricardo García, domiciliados en la misma avenida a la altura de la columna 366. La policía no pudo encontrar a ninguna persona de la zona que los reconociera como vecinos. Nadie los había visto. O eran domicilios falsos o estaba vigente en la zona un pacto de silencio.

Con el caso sin esclarecer, la política venía muy castigada por las versiones sobre un hecho de “mano de obra desocupada”, un fantasma que rondó durante los primeros años de la democracia ganada en 1983. De ahí que ni bien se tuvieron pruebas sobre la naturaleza del hecho, “de delincuencia común”, el gobierno buscó la forma de tranquilizar a la población y sería el entonces secretario de Seguridad de la Provincia, Héctor Bertoncello, quien saldría a decir que la Masacre había sido obra de “delincuentes a secas, de una peligrosidad importante” . Se corría de la escena a la sombra de la tristemente célebre Triple A y la banda de Aníbal Gordon, “por ser versiones sin fundamento”.

Sin embargo, pocos años después el abogado Jorge Omar Irineo, representante de una de las familias de las víctimas, la de Emilia Ursula Mazzuco , madre de Antonio Ruiz, interponía un recurso que le devolvía misterio al caso. Según el abogado, la Masacre podía tener vinculación con el tenebroso Clan Puccio y sus secuestros extorsivos. El abogado enumeró una serie de “coincidencias” con esos hechos y se detuvo en la rara circunstancia de que como había ocurrido con el secuestro del empresario Sivak, había aparecido un testigo de la Masacre que era ex chofer de la Policía, y que al radicar la denuncia confundiría a un Ford Taunus rojo con un Sierra metalizado. “El supuesto error le dio tiempo a los delincuentes”, se afirmaba, a la vez que se recordaba que la detención del coronel Franco, cómplice de los Puccio, se había hecho en el mismo edificio donde vivía una de las víctimas la Masacre.

Pedro Antonio Véliz, alias El Loco Antonio; Elvio Alberto Rodríguez, alias Beto; Leonel Alberto Alfonso, alias El Loco Daniel y un sujeto del que mucho se habló pero nunca se supo su identidad: El Rengo, completarían el elenco de las relaciones peligrosa de la banda de Punta Lara que trató de reorganizarse. Los aguantaderos de la diagonal 74 hacia el río ya no eran seguros y alguien propuso dar un golpe para alejarse del país por vía terrestre hacia Brasil y ahí “aguantar” en un lugar seguro en Porto Alegre.

Sergio Morales, alias el "Enano"

UN CUMPLEAÑOS EN CITY BELL

Así es como aceptaron dar el golpe propuesto por los platenses Morales y Blanco. Fue el asalto al cumpleaños en la casa quinta de City Bell del empresario José Veiga Rodríguez. Esa noche redujeron a 15 personas y se alzaron con una importante suma de dinero efectivo, joyas y relojes caros. Durante ese asalto torturaron al dueño de casa pasándole corriente con el cable pelado de un velador.

Por regular el asiento, se pegó un tiro en un pie. Le quedaría el apodo de El Rengo

En el desarrollo de la ingeniería delictiva para dar ese golpe ocurrió algo que pareció robado a Los Tres Chiflados. Salieron a “conseguir” dos autos para usarlos en el atraco y cuando uno de los miembros de la banda se subió al que le tocaba manejar, se encontró con que el asiento estaba muy puesto hacia adelante. Y cuando quiso accionar el mecanismo para echarlo hacia atrás, lo hizo con el arma en mano, se le escapó un tiro y se lo dio en un pié. La policía siempre sospechó que ese era el famoso “Rengo” que nunca apareció.

El único que seguiría con el plan de huir a Brasil sería García. Los otros dos insistieron en quedarse en La Plata y una patrulla de la comisaría de Los Hornos pudo cazar a Morales. Decían que el dato de su paradero lo había dado un informante que habría canjeado su presunta responsabilidad en el escruche a un comercio de venta de ropa deportiva, por el dato que permitiese llegar a uno de los autores de la por entonces comentada Masacre de General Rodríguez. El tercer miembro, Blanco, se rendiría ante los primeros tiros durante un frustrado asalto en el Conurbano. La banda había perdido el rumbo. Blanco entregaría su arma a la policía que más tarde comprobaría que era la que Morales le había dejado antes de fugar a Brasil, una de las armas usadas en la Masacre.

El caso adquiría sello platense cuando los abogados Julio Alak y Juan Amondaráin se presentaban como representantes de los particulares damnificados, es decir, las familias de las víctimas. Alak sería algunos años después intendente de La Plata y Amondaráin, senador. Como abogado de las víctimas, Alak pidió la extradición de García que a esa altura andaba suelto por Brasil.

“Fue muy conmocionante. Nosotros llegamos al caso por el padre de Ruiz que era un militante peronista de la capital federal y el hombre estaba desesperado, sin saber para dónde agarrar”, recuerda Alak a casi 40 años del caso.

LOS PLOMOS DE TARRAGÓ

El 22 de julio de 1985 el Loco Véliz comía en una parrilla del camino General Belgrano, en la zona de Florencio Varela, cuando advirtió que el mismo Dodge 1500 amarillo ya había pasado más de dos veces por la puerta. Era un móvil “no identificable” de la policía que lo buscaba. En el tiroteo cayó junto al otro comensal. En otro hecho casi calcado, meses después perdía Morales quien se entregaría antes de ser abatido como le ocurriría al otro hampón que lo acompañaba ese mediodía, un tal Antonio Frank.

Un mediodía de marzo de 1986, el “Enano” Morales, le sacaría buen jugo al revuelo que había en el penal de Mercedes por la presentación de un show musical para entretener a los internos. El artista convocado era otro vecino de City Bell, Antonio Tarragó Ross.

Morales logró escapar. Fue un escándalo y nunca se conocieron los detalles de la fuga, pero se aseguró que el “Enano” habría conseguido mezclarse entre los técnicos que asistían al artista para dejar el penal al término de su actuación.

Una labor que en el ambiente de la música, más allá de algunos cambios impuestos en inglés por cierta modernidad, siempre se llamó “los plomos”.

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